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jueves, 8 de agosto de 2013

Inevitablemente evitable

Hay muchas maneras de querer, de entender el amor. 

Existe ese tipo de amor que te une a una persona de una forma familiar aunque no compartáis sangre, o ADN... con compartir valores, aficiones y secretos llegas a convertirle en tu familia, sin condiciones, sin peros, sin razón alguna que lo que despierta en tu corazón. Ese amor que te hace querer a la otra persona con todos sus defectos y manías, porque a la hora de la verdad, esa es la persona que te salva de tus días grises, que te saca de casa cuando las paredes te asfixian, que da la cara por ti arriesgándose a que le jodan la suya, aquella que se tatúa a fuego en el corazón y en la piel, que va a andar contigo pase lo que pase. Aquel amor al que puedes llamar amistad.

También existe ese deseo irracional e inevitable, que te une a una persona incluso cuando quisieras frenar tus impulsos... con todas tus fuerzas. Esa manera de entender el amor como algo pasional, que toca cada fibra de tu cuerpo, despierta cada poro de tu piel y desafía cada límite que intentas ponerle a tu locura interna, que te delata si se juntan vuestros cuerpos. Se va tu cabeza a otra dimensión, y allí entiendes que estas queriendo a esa otra persona, de una manera u otra, le estas regalando amor y estas dejando que te lo regalen a ti también. Este tipo de amor, al que muchos llaman debilidad, yo prefiero llamarlo atracción fatal.

Luego está ese tipo de amor que rompe cualquier tipo de razonamiento, de límite, de situación. Aquel amor que te lleva a dar la vida por otra persona si eso fuera necesario, que perdona cualquier cosa, que se asienta en tu corazón para no dejarte nunca, ese tipo de amor que te recuerda cada día que hay alguien por quien merece la pena luchar, un motivo por quien ser feliz y hacerse fuerte. Es uno de esos amores capaces de dejarte completamente vacío por dentro si desaparece, o llenarte de de los sentimientos más bonitos y reales que jamás hayas sentido. Muchos le ponen el nombre de amor incondicional, yo le atribuyo una única y gran palabra: familia.


Por último, esta ESE amor... todos sabemos de lo que hablo. Ese tipo de amor que te hace vivir en las nubes, que crea mariposas en el estómago, que te hace parecer idiota al no ser capaz de soltar una frase coherente cuando la otra persona está delante. Ese tipo de amor que te cambia los esquemas, la actitud, que te quita el hambre, el sueño y te roba suspiros... Ese amor que te hace llorar y reír, incluso al mismo tiempo, que te hace querer siempre más de la otra persona, que te hace querer ser mejor, que te impulsa a hacer las mayores locuras y te hace darte cuenta de que merecieron la pena... Ese amor que te hace decir las dos palabras más difíciles de pronunciar sin vacilar: te amo, y que no le importa decir estas otras dos con tal de no perder un segundo al lado del otro: lo siento. Ese amor tonto que todos hemos sentido, querido, buscado... y que ,sin embargo, llega cuando él cree que más lo necesitas y cuando tú menos lo esperas. 

Hay muchas maneras de amar, de sentirse amado, de demostrar el amor y de entenderlo. Pero una cosa tengo clara, cada vez que alguien quiere o ama a otra persona, hay algo que no puede ocultar, por mucho que quiera... el brillo de sus ojos, porque cuando alguien habla, mira o está con alguien a quien quiere, sus ojos brillan, con una luz especial, única y diferente en cada persona, ya que los ojos no son otra cosa que el propio reflejo del alma, y si ésta sonríe, nuestra mirada también.

Si tu... si mirarás hoy a través de mis ojos, verías que con una mirada se puede cegar a cualquier incrédulo, callar a cualquier miedo y frenar cualquier obstáculo. 

Si tu.. si miraras hoy mis ojos, los verías brillar.